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Negredo junto a Raggi en el momento en el que pica el balón para marcar. :: EFE
Un golazo para Aitana

Un golazo para Aitana

«En vacaciones desconecté. Pensé en mí para volver y ponérselo difícil al entrenador. Nunca busqué excusas», señala el delantero

HÉCTOR ESTEBAN

Jueves, 27 de agosto 2015, 00:26

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Álvaro Negredo llegó a la estadía de Salzburgo mucho más perfilado. Su cara, más angulosa, desveló un trabajo previo. Reconoce que está más fuerte. La temporada pasada, condicionada por los 30 millones de su traspaso, fue desesperante. El gol al Mónaco sirvió para ajustar cuentas. Primero consigo mismo. Un baño de confianza. Después, para devolverle al Valencia el esfuerzo inversor. Se besó la muñeca. Para los suyos. Los que le acunan en lo bueno y en lo malo.

Este verano, durante las vacaciones, subió a las redes una foto con Aitana, su hija. Debajo del agua. Un tiburón con su sirena. Días después, en una entrevista concedida a este periódico en Austria, descubrió su vitamina para los días de melancolía goleadora. «Estoy mucho tiempo con mi hija. Además de que te aíslas de lo profesional te da mucha fuerza. Cuando llego a casa me dice: papá, ¿cuántos goles has marcado? Al final te paras y piensas: es que tengo que hacerlo por ella». Y así se resume esta historia. Negredo marcó por su niña. Por Aitana.

Al vallecano se le ha preguntado muchas veces si es feliz. Ese estado, el de la plenitud, tiene tantas capas que a lo mejor el fútbol nunca es lo más importante. El gol ayuda. Como camino a una felicidad que empacha a Negredo cuando se lo puede dedicar a quien le sostiene: «El gol es para todos los que han estado conmigo». En lo bueno y lo malo. Lo dijo en la zona mixta del Louis II, como el protagonista del día. Con dos puntos en la ceja. La muesca de recuerdo que le dejó Kurzawa.

El tanto fue de Champions. Ninguna novedad. En su retina habitan otros de un corte similar, pero quizá ninguno vale tanto. Ni en lo económico ni en lo sentimental. Compensó su fichaje y alivió sentimientos. Como quien encuentra el norte en un laberinto de infortunio: «He marcado alguno así. Al Valencia, cuando estaba César de portero, le hice uno muy similar en el Pizjuán. En este tenía mucho menos ángulo. No había otra». Aquello que le quitó a los valencianistas en su primera temporada con el Sevilla se lo devolvió ayer multiplicado por mil. Con la misma moneda: una vaselina de Champions.

La de ayer fue una victoria cinco estrellas. Pero Negredo no siente que llegara al Valencia para golear sólo en plazas de primera: «Fiché para noches como esta o para noches como la de Vallecas. He marcado un gol pero hay que valorar el trabajo de todo el equipo». Esa es la solidaridad a la que no para de aludir su compañero Javi Fuego.

El delantero es el primero que sabe que la temporada pasada no fue buena. Lo dijo en Austria, como el primer paso para mejorar. Después, cuando le entornaron la puerta para salir a principios de agosto, mantuvo el compromiso: «Hay etapas buenas y menos buenas. La verdad es que yo nunca me fui. La pasada fue la peor temporada como profesional. En verano trabajé bastante para llegar lo mejor posible. Respondo a la confianza que me ha dado el entrenador».

Tantos como el del martes alivian tensiones. «El delantero vive del gol, la temporada pasada no tuve tanta suerte. Necesito marcar. Paco (Alcácer) nos metió con su gol en Almería y yo hoy con este», apuntó. El abrazo de los dos delanteros en el cambio demostró que la complicidad es una forma de mejorar. Negredo no se esconde en su reflexión: «Más que estar en deuda con la afición lo estaba conmigo mismo. No han dejado nunca de apoyarme. Va para el valencianismo, para mi familia y para mis compañeros».

Dedicó el verano a purificarse. De los malos pensamientos. Para volver. «Desconecté en vacaciones, me dediqué a pensar en mí, en mi familia. Volví mejor, para que el míster no tuviera opción de verme mal. A ponérselo difícil al entrenador. Nunca busqué excusas». Negredo salió contento del Louis II. En Valencia, había alguien exultante. Aitana, la niña de sus ojos. Su energía. «Papá, cuántos goles has marcado», preguntaría ayer por la mañana. La respuesta seguro que rebosó de felicidad.

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