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Paco Alcácer lamenta una de las ocasiones falladas ayer en el partido ante el Celta en Mestalla.
Un fallo que condena al cara o cruz
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Un fallo que condena al cara o cruz

El Valencia no pasa del empate y se jugará en Almería el regreso a Champions

Toni Calero

Lunes, 18 de mayo 2015, 00:05

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Aparecieron los nervios en el momento más inoportuno. Teniéndolo todo de cara, al Valencia le entraron las dudas el día en que Mestalla se engalanó para gritar que su equipo volvía a la élite del fútbol europeo. Un objetivo lícito para un grupo de futbolistas que han arrasado esta temporada al abrigo de su público. El Celta, un notable Celta, lo impidió. Recorrió mil kilómetros para apurar sus opciones de Europa League, para no sentirse invitado de piedra a la fiesta de los blanquinegros y derramar juego y coraje en cada tepe del césped de Mestalla. Lo hizo. Y dejó al Valencia compuesto y sin Champions League.

Todo se jugará a una carta, dichoso destino, frente al Almería, que asustó al Sevilla pero acabó derritiéndose en el Sánchez Pizjuán. Después de un sinfín de batallas de ida y vuelta, innumerables triunfos, puntos de sutura y decepciones, que también las ha habido, el primer proyecto del Valencia de Lim alcanza la última estación con su futuro, el más relevante, por escribir. Aún puede ser tercero, cuarto y quinto. Las dos primeras le sirven, le motivan y permiten estirar aún más el cuello deportiva y económicamente. La tercera no. Quedar fuera de la Champions supondría un mazazo que ayer, cuando el árbitro decretó el inicio del choque, ningún valencianista podría incluso ni imaginar.

El baile al que sometió el Celta en Balaídos servía para que Nuno llegara al duelo decisivo con las espadas en todo lo alto. Conservador y fiable, el portugués apostó su suerte y la del equipo a los once futbolistas que libraron un precioso choque contra el Real Madrid. Pero no salía nada. El llenazo en la grada, los premios a la afición previos a verse las caras con el Celta, no surgió efecto. O sí. El contrario al deseado. Se pecó de confianza o más bien pesó lo suyo la responsabilidad de no fallar. Atlético y Sevilla no hacían los deberes, pero el Valencia, flojo al inicio, tampoco.

Todo lo que podía salir bien viraba irremediablemente. La ley de Murphy. Fuego marcó en el Bernabéu, tuvo la primera de los blanquinegros ante el Celta pero no acertó. En la siguiente jugada, Hernández asumió el papel del asturiano. De espaldas, como él en la capital, aprovechó un servicio desde la esquina para marcar un churro que también admite el calificativo de golazo. El balón pegó en la escuadra y Alves sólo pudo mirar. Quedaba un mundo y el puñal sólo actuó como acicate para el equipo y la grada. Si era preciso remontar, se remontaría. Aún el espíritu estaba por las nubes y la convicción aparecía por cada rincón del coliseo de la Avenida de Suecia.

Berizzo había encontrado la rendija para que sus futbolistas de adelantaran en el marcador y dejó maniobrar al rival, que seguía tenso, con mil y un problemas para gobernar el balón y hacerlo correr con sentido. El peso, para lo bueno y lo malo, recaía en Parejo. Y tuvo uno de esos días el madrileño en los que la grada no le pasa una y su fútbol se vuelve más lento y previsible. Sin la capacidad de sorpresa del capitán, Piatti o Feghouli, André Gomes empezó a gustarse. El portugués resumió su partido en una única jugada: un control de escándalo, los aplausos de la parroquia, un pase interrumpido, zurdazo fuera y lesión. Se echó la mano al muslo izquierdo el factor diferencial del Valencia y exprimió el calentamiento Enzo Pérez. La remontada sería o no sería, pero tendría que llegar de la mano del argentino.

La conexión Gayà-Alcácer provocaba sobresaltos en la aplicada defensa del Celta y, mientras, Nolito, Larrivey, Krohn-Dehli y Orellana se las hacían pasar canutas a Otamendi y Mustafi. El alemán, que acabó sustituido cuando Nuno buscaba el arrebato final, cuajó uno de sus peores partidos con la camiseta blanquinegra. Berizzo tensó los cables que unen los a priori pases sencillos entre defensa y centro del campo y amargó la vida de la zona de creación del Valencia. La recta final de la primera mitad fue un toma y daca constante en el que el Celta supo sobrevivir y amenazar. Faltaba lo más jugoso pero todavía no había quedado claro si el Valencia podía o no meterle mano al conjunto gallego. Los planes iniciales se habían ido al traste: el partido se convirtió en un acto de fe.

Otamendi al rescate

Necesitaban los de Nuno corazón para voltear el asunto, y a eso, probablemente, no hay quién gane a Otamendi dentro del vestuario. El primer remate del Valencia en la reanudación lo hizo el argentino, pero se encontró el vuelo de Sergio y la madera. El equipo blanquinegro no encontraba el rumbo, todo parecía ordenadamente desencajado, pero aún así se iban sucediendo las ocasiones. Al Celta le fallaban las piernas y activó un inteligente plan, protegiendo su área sin pasar demasiados apuros y contragolpeando a la mínima oportunidad.

La entrada de Rodrigo de Paul recordó al Valencia la necesidad de probar algo diferente. Se abrió en canal el partido, Otamendi acertó con el empate tras un disparo de falta de Parejo y Mestalla prendió fuego. Vuelta a empezar. Tambores de guerra. Cualquier otro rival habría caído víctima de la presión interna y externa, pero el Celta aguantó de pie. A la revolución se unió un Negredo excesivamente lento en su zona de influencia, con un Alcácer frito del continuo desgaste persiguiendo el esférico. De Paul lo intentó hasta tres veces desde la frontal, Gayà aparecía sistemáticamente por la izquierda, Enzo y Parejo bregaban, pero tampoco. La remontada no se concretó. El Valencia dejó escapar la primera bola de partido. En Almería se asume el peaje de todo el curso. Las ilusiones, el retorno a la Champions... Un nervioso cara o cruz a noventa minutos.

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