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Negredo, ya con la camiseta del Valencia, saluda a los aficionados ayer en Mestalla.
«No soy la bomba, vengo a ayudar»
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«No soy la bomba, vengo a ayudar»

El delantero afirma que está donde quería estar y se resiste a besar en dos ocasiones el escudo, «tendré tiempo de besarlo muchas veces»

JUAN CARLOS VALLDECABRES

Miércoles, 3 de septiembre 2014, 00:01

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Nunca, nadie, ni el díscolo Romario ni Joaquín, aquel costoso capricho de Juan Soler, habían conseguido ni de lejos llegar a este nivel. Álvaro Negredo Sánchez, a sus 29 años y de vuelta a España para afrontar un ambicioso proyecto en fase de crecimiento, ha batidos todos los récords poniendo el listo casi inalcanzable en Mestalla. Doce mil aficionados según el presidente, catorce mil según apuntaría después el propio club, provocaron una sensacional e inesperada imagen. La de un campo que una hora antes del acto ofrecía unas tremendas colas que daban la vuelta al mismo, situación más propia de un partido de fútbol que de la puesta de corto del jugador más caro de la historia de la entidad blanquinegra.

El incómodo debate de si resulta rentable o no invertir el año que viene 28 millones de euros más otros 2 en variables (Salvo se resistió a concretar la cifra global) en un futbolista de treinta años, quedó absolutamente superado por la tremenda expectación que generó el ya exfutbolista del Manchester City. Negredo se ha convertido en el nuevo referente del valencianismo, el hombre sobre el que todos -compañeros y entrenador incluidos- van a depositar sus esperanzas para recuperar el perdido prestigio europeo. Se ha convertido también en el estandarte de Peter Lim, aunque como explicaría visiblemente molesto el propio Amadeo Salvo, «el que firma el contrato es el Valencia. ¿Cómo pagará? Con dinero».

Tiempo va a tener Negredo de demostrar con cifras que el club ha hecho una inversión razonable, aunque al final la acabe soportando Peter Lim. De momento el delantero llega cedido pero el Valencia tiene la obligación el próximo verano de ejecutar la opción de compra, lo que ataría al futbolista por tres años más (hasta junio de 2018) con la posibilidad, incluso, de prorrogarlo una temporada más si participa en la mitad de partidos.

Negredo llega con el rol de líder cosido al 7 de su nueva camiseta. Él, de momento, prefiere guardar ciertas distancias y opta por la lógica. Se nota que sabe lo que lleva entre manos. «No me considero la bomba sino una pieza más en esta plantilla. La ilusión que tengo y que tenía era grande. No me siento la bomba -insiste-, sino uno más y vengo a sumar. Soy una pieza más de los 25 que hay en ese vestuario. Todos somos piezas claves del equipo. La afición también es parte importante».

Con ellos, con los aficionados, experimentó ya una relación extra de cariño, no exento también de gestos cuanto menos sorprendentes. Y es que, la grada pidió en dos ocasiones la fotografía más típica de este tipo de situaciones: que se besara el escudo. Allí, sobre el pequeño escenario montado para la ocasión, Negredo encajó el impacto verbal y no se pudo reprimir. «Ya tendré tiempo de besarlo muchas veces». Salvo, atento, lo observaba a apenas metro y medio y sonreía.

Pero también lo observaban los miles de jóvenes y bulliciosos seguidores que reaccionaron de una manera inesperada. Ante la resistencia del internacional de poner sus labios en el murciélago, cargaron sin compasión contra el Sevilla, club al que Negredo guarda especial cariño. «¡Pu... Sevilla!». Él no se arruga. Ya dijo en una ocasión que le gusta que los defensas «me den y que vean cómo me levanto y vuelvo». Así pasó ayer. De nuevo, en la parte final de su discurso, la grada no se pudo reprimir. «¡Que se bese el escudo!». Ni por esas, demostrando entonces una fortaleza que no todos los jugadores exhiben. Luego, ante los periodistas, no esquivó la pregunta. «Es un tema personal sobre todo, de lo que he vivido, que es sentirme querido. Aparte de supersticioso, tengo momentos para hacer las cosas y hoy no es el momento. Es cuando estoy jugando».

En el palco, su familia -emocionada su mujer- veía por fin realizada una vieja aspiración. Es valenciana y con raíces valencianistas. «Uno de ellos lloró, eran socios. Los abuelos de mi mujer, por edad, no pueden venir y mi suegro por motivos de trabajo tampoco -trabaja para Doyen, la agencia que lo representa-. Para ellos es una ilusión traerme aquí». Hay más razones. «Llevar al Valencia otra vez a Europa». Tuvo que vivir una jornada del lunes estresante con el cierre de mercado, «pasé muchos nervios pero ahora estoy donde quiero estar. Vengo a mi país. No tengo problema en este reto, vengo con toda la ilusión». No se mojó sobre la fecha de su alta (se espera para dentro de un mes) ni tampoco sobre su aspiración goleadora: «Prefiero hablar en el campo».

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